Leire Mayendía

1919

Verano de este año. Mi violín venía arrastrando irregularidades en el sonido muy desconcertantes, dado que no había forma de intuir su origen ni un patrón de aparición: nunca era la misma nota, ni la misma cuerda, ni la misma posición. El sonido defectuoso, definitivamente, se desplazaba por mi violín como un saltimbanqui, haciéndome perder la paciencia. Tocaba llevarlo al luthier de una vez por todas. Allí me propusieron abordar varias cosas… pulir del diapasón, retrasar el cordal, quitar uno de los microafinadores y cambiar el puente, ya que el mío se veía «cansado». Y yo, que a menudo me enamoro de palabras y formas de expresar las cosas, dije que ‘sí’. Que ‘sí’ a todas las mejoras, pero sin duda a cambiar el puente, si el mío estaba «cansado» (a la vista del  milímetro –1 mm– de pérdida de nivel en el dibujo troquelado internamente). Algunos ya estaréis perdidos en este relato con tanto detalle técnico, pero es que el mundo de los violines está trufado de cuestiones físicas y perceptivas minúsculas. Mientras mi violín quedaba unos días en quirófano me ofrecieron uno de sustitución; oscuro, casi caoba, con un sonido muy agradable.  Me lo llevé a casa agradecida y sin más datos del instrumento. Al tocarlo de nuevo, su sonido me parecía cada vez más extraordinario: denso, cálido, profundo, estable. En un principio supuse que era un instrumento moderno –sobre todo por la responsabilidad del préstamo–, pero la curiosidad me llevó a comprobar la etiqueta interior para conocer el origen.  Y lo cierto es que era antiguo, fabricado en 1919 por la luthería siciliana de Michelangelo Puglisi. Un nombre que recordaba tanto a Pugliese que no pude evitar sonreír.  102 años entre mis manos.  En torno a los violines antiguos hay creada toda una mística, pero ¿cómo podría ser de otra forma? Imaginamos un instrumento construido por un artesano exquisito, detallista, conocedor de la alquimia del sonido y perseguidor de la belleza del objeto. Alumbrado con tiempo, dedicación y, seguro, mucho cariño. Quién sabe cuántos músicos habrán tocado este violín de 1919 entre mis manos, qué países habrá recorrido…. quizás algunos en guerra, consiguiendo salvarse entre el equipaje del siguiente violinista. Quién sabe qué obras se estudiaron con él o si alguien lo regaló alguna vez. Y qué privilegio que alguien me lo confié, así sin más. Gracias por leer mis distracciones.

Miranda July

Es capaz de narrar la condición humana con extrema originalidad en casi cualquier formato y lejos de toda pedantería. Ella es Miranda July, artista, cantante, cineasta, escritora y actriz.  Hace sugestivo lo más simple o excéntrico, sin complejos, así que mi admiración es también inspiración. Haré una parada (necesaria) en una de sus piezas más antiguas, que se quedó grabada en mi memoria en 2002. En parte, porque el sobrestímulo informativo y visual del momento no era tan desmesurado como el de hoy. Quizás hoy se habría perdido en el abismal océano de datos, mucho menos románticos. El trabajo al que me refiero se titula “Learning to love you more“, una página web y performance colectiva que duró 7 años y en la que Miranda proponía 70 tareas de demostración de amor. Las personas que participaron respondieron a esos ejercicios subiendo a la web fotografías, textos, dibujos o audios como muestra de haber completado la tarea. En 2010 la pieza fue adquirida por el SFMOMA (San Francisco Museum of Modern Art), que se ocupa de preservarla. Learning to love you more se convirtió en un bellísimo divertimento a la vez que creación colectiva y una especie de ‘manual de ideas’ para activar el cariño. Más allá de esa pieza, que considero sencillamente magnífica, Miranda July tiene un trabajo tan inclasificable como sensual también en el cine, la literatura y la interpretación. Y quizás sea esa forma de llevar la interdisciplinariedad –tan desenfadada– la que envidio, porque yo siempre entro en conflicto ante la clásica pregunta “qué eres” o “a qué te dedicas”… porque nunca puedo responder con una sola palabra y mis respuestas son siempre insatisfactorias. Soy… muchas cosas. Somos muchas cosas. Gracias por leer mis distracciones.